El futuro del sector de la construcción. Una arquitectura con sentido común
La arquitectura de los años venideros. Analizando nuevas
tendencias como el decrecimiento que, cuestiona la sostenibilidad promovida
actualmente y busca ejemplos de buenas prácticas.
Diferentes organizaciones como el IPCC (Intergovernmental
Panel on Climate Change) o la UNEP (United Nations Environment Programme),
proponen nuevos modelos para el sector de la construcción; sistemas de
construcción sostenibles, políticas de gestión energética, etc. Todos ellos
herederos de una estructura orientada a la producción mecanizada, veloz y al
alarde de la técnica, relegando la ética y el buen hacer.
En la actualidad están surgiendo numerosas y cada vez más
innovadoras formas de construir para enfrentarnos a la crisis climática,
ejemplos como casas anfibias, capturadores de carbono, edificios autónomos,
passive houses, etc. Pero lo que pocas veces se analiza es si este tipo de
soluciones no son meros parches frente al problema, tendencias que continúan
con la marea de producción, consumo y desarrollo que ha originado el problema
de base.
Cuando hablamos de arquitectura sustentable, las dimensiones
social y económica suelen quedar relegadas a un segundo plano, centrándose este
concepto principalmente en el uso de materias primas y energías renovables, el
ciclo de vida de los materiales y en la reducción en el gasto energético
durante todo el proceso arquitectónico. Pero algunos autores hablan incluso de
otras dimensiones de la sostenibilidad como la afectiva.
Surgen nuevos modelos de calificación energética como las
certificaciones BREEAM (Building Research Establishment Environmental
Assessment Method), LEED (Leadership in Energy and Environmental Design) o la
europea EPBD (Energy Performance of Buildings Directive); todos ellos basados
en complejos sistemas tecnológicos, abogando más, por ejemplo, por la
ventilación mecánica que por la rutinaria y simple acción de abrir una ventana.
Estos certificados pretenden generar un patrón universal para el análisis de un
edificio, cómo si esto fuese posible en términos de sostenibilidad, adaptándose
a un sistema de mercado y cayendo en el “greenwashing”. Se generan así situaciones
donde una mejor calificación energética, sin un análisis pormenorizado real que
lo sustente, supone un mayor precio de venta. Un mundo donde la etiqueta “eco”
genera inmensos beneficios y una pegatina con la calificación A nos sirve de
justificación para mirar hacia otro lado.
La mayoría de estos sistemas de calificación analizan la
sostenibilidad del edificio como “objeto”, calculando su impacto ambiental y
rendimiento energético como elemento aislado, “considerándolo como un
consumidor de recursos y energía en vez de un productor de sostenibilidad en
las diferentes escalas espaciales
Hay otra forma de enfrentarse al problema: una arquitectura
más cercana a corrientes como el decrecimiento. Una arquitectura que, desde el
sentido común, aboga por la reducción, la reutilización, la recuperación y que
se pregunta si no hay una forma más fácil de enfrentarse a estos problemas. Una
arquitectura que por supuesto no aparece en revistas de arquitectura ni gana premios,
una arquitectura modesta, sin presunciones y que, desde la mínima intervención
y la resta, consigue su objetivo. Una arquitectura que “se subleva frente a la
tiranía de lo nuevo y desde el borde de lo ordinario descubre la belleza de lo
cotidiano”
El decrecimiento
El decrecimiento defiende “reducir la producción y el
consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente
cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar
materias primas”. Pero no se queda solamente en esta dimensión, el profesor de
Ciencias Políticas, en la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Taibo resume
los pilares del movimiento en seis:
“sobriedad y simplicidad, ocio frente al trabajo, vida social frente a la propiedad y el consumo, reducción de infraestructuras productivas, local sobre global y redistribución de los recursos”
El decrecimiento lucha frente a la sociedad del consumo y
el poder del mercado en nuestras sociedades neo-capitalistas. Aboga por un
modelo económico alejado del tener y tirar, por un
“modo de vida en una economía post-industrial en el seno de la cual las personas han logrado reducir su dependencia con respecto al mercado, garantizando —por medios políticos— una infraestructura en la cual las técnicas y los instrumentos sirven, en primer lugar, para crear valores de uso no cuantificados ni cuantificables por los fabricantes profesionales de necesidades”
A la vez, esta corriente supone un cambio filosófico y
moral. Volver a poner en valor el disfrute del momento, el ocio, el presente,
la emancipación de la necesidad, la sobriedad, etc. Un modelo vital en que se
potencie el bienestar real, el que proviene de la contemplación y las
relaciones sociales saludables; y no del consumo y la competitividad. Recuperar
y reinterpretar una conciencia ancestral alejada de los grilletes que la
civilización occidental ha generado. Como dice el filósofo Serge Latouche ” No
se trata tanto de regresar a un pasado mítico perdido como de inventar una
tradición renovada”16.
Las ocho “R”: reevaluar, reconceptualizar, reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar.
Reevaluar la escala de valores actual.
Reconceptualizar nuestra relación con la realidad y nuestro
estilo de vida.
Reestructurar los sistemas económicos y políticos a los
nuevos valores.
Relocalizar la producción y el consumo a la escala local.
Redistribuir el acceso a recursos naturales y riqueza.
Reducir el consumo en pos de la protección ambiental y
social.
Reutilizar, reparar y alargar la vida de los productos y
romper así la cadena de consumo.
Reciclar evitando la generación de nuevos residuos y
alargando la vida de las materias primas.
Construcción y decrecimiento
¿Cómo ha de ser la arquitectura del decrecimiento? ¿Cómo se traducen todos estos valores al proyecto arquitectónico? ¿Cuáles son los pasos que debemos dar para conseguir una arquitectura que sea sostenible, justa y crítica?
Lo primero es obvio, menos. El siguiente paso del less is more de Mies Van der Rohe. Ser más críticos con lo que construimos: ¿hace falta?, ¿es esta la mejor forma de hacerlo?, ¿estamos aportando algún valor real al lugar y su entorno?
La arquitectura del decrecimiento no consiste en una mera
reducción de m2, de materias primas, de energía; supone analizar detalladamente
si una intervención es necesaria, si añade algo o si por el contrario resta; y
si eso que añade beneficia o perjudica lo preexistente. A veces lo más difícil
es no intervenir, pero también lo más justo.
“Intervenciones o actuaciones a priori definidas como vernáculas y sin pretensiones de grandilocuencia, cuyo principio es resolver un problema concreto sin ínfulas en su destino, determinado por la inmediatez, la sencillez y el factor de la utilidad máxima”
La corriente arquitectónica actual que más claramente responde
a los principios del decrecimiento es, sin duda, la rehabilitación. Pero no es
la única, otras como la mínima intervención, el desmantelamiento, la
renaturalización responden a las mismas preguntas. Es complejo encontrar
estudios de arquitectura que trabajen estas ideas de forma directa y en todo su
espectro. Lo que solemos encontrar son proyectos aislados que responden a uno o
más de los principios del decrecimiento.
“No construcción, Reutilización, Minimización y Desmantelamiento” Filosofia N´UNDO
La construcción del decrecimiento ha de centrarse, por
tanto, en la puesta en valor de las cualidades del lugar, priorizar la
habitabilidad humana y natural, ser humilde en sus pretensiones materiales,
entender su entorno y formar parte del mismo sin conquistarlo, ser democrática
y participativa. En resumen, valiente para enfrentarse a toda su
dimensionalidad, incluyendo aquellas menos optimistas.
Articulo original de César Tomé Pizarro
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